... HURTFEW ABBEY : septiembre 2009

30/9/09

La máscara de la Muerte Roja




En una asamblea de fantasmas como la que acabo de describir es de imaginar que una aparición ordinaria no hubiera provocado semejante conmoción. El desenfreno de aquella mascarada no tenía límites, pero la figura en cuestión lo ultrapasaba e iba incluso más allá de lo que el liberal criterio del príncipe toleraba. En el corazón de los más temerarios hay cuerdas que no pueden tocarse sin emoción. Aún el más relajado de los seres, para quien la vida y la muerte son igualmente un juego, sabe que hay cosas con las cuales no se puede jugar.

Una figura, alta y flaca, estaba envuelta de la cabeza a los pies en una mortaja. La máscara que ocultaba el rostro se parecía de tal manera al semblante de un cadáver ya rígido, que el escrutinio más detallado se habría visto en dificultades para descubrir el engaño. Cierto, aquella frenética concurrencia podía tolerar, si no aprobar, semejante disfraz. Pero el enmascarado se había atrevido a asumir las apariencias de la Muerte Roja. Su mortaja estaba salpicada de sangre, y su amplia frente, así como el rostro, aparecían manchados por el horror escarlata.

(...) Y entonces reconocieron la presencia de la Muerte Roja. Había venido como un ladrón en la noche. Y uno por uno cayeron los convidados en las salas de orgía manchadas de sangre y cada uno murió en la desesperada actitud de su caída. Y la vida del reloj de ébano se apagó con la del último de aquellos alegres seres. Y las llamas de los trípodes expiraron. Y las tinieblas, y la corrupción, y la Muerte Roja lo dominaron todo.


"La máscara de la Muerte Roja" Edgar Allan Poe, 1842

28/9/09

Historia de amor


He visto a un tío disparar dentro de un supermercado con una recortada. No era una buena película pero los disparos hacían buenos agujeros y las caídas eran buenas también. Había una chica. Una pelirroja que trabajaba de camarera. Casi todo el tiempo estaba el tío de la recortada disparando sobre todo lo que se movía, y sobre lo que no se movía; botes de tomate frito y cajas de espaguettis. Él era un tipo duro con la cara picada y ella era una de esas camareras de película. Cuando no estaba disparando, el tío iba a recogerla al bar. La subía en su coche y la llevaba a la playa. Ella sabía que no era un santo, pero también sabía que él nunca iba a apuntarla con la recortada. Así que lo pasaba bien. Se tumbaban en la arena. Entraban y salían del agua. Se daban besos y follaban. Ella era todo lo feliz que puede ser una preciosa camarera. Cuando al tío lo pillaron, ella se quedó a su lado. Había disparado a niños y mujeres. El jurado no podía ni mirarle a la cara. Dijeron que era un animal salvaje, pero ella siguió queriéndole después de que le frieran en la silla. Sabía que lo de la recortada no iba con ella. No era una gran película, pero era un gran amor.


 "Héroes", Ray Loriga, 1993

Corsarios de Levante


Más era verdad que allí, en la incierta frontera de aquellas aguas levantinas, la crueldad humana – y nada es más humano que la crueldad- se dilataba en inquietantes posibilidades. Había rencores difíciles de explicar, enquistados en la memoria. Viejos odios, asuntos de familia que aquella luz, sol y aguas azules mantenían calientes. 

Para nosotros los españoles, con una historia reciente de matar moros o matarnos entre nosotros, no era igual degollar ingleses forasteros que vérnoslas con turcos, berberiscos o gente propia de las naciones que orillábamos aquellas aguas. Al capitán Robert Scruton y sus piratas nadie había dado vela en nuestro entierro; aquellos forasteros intrusos estaban de más, y acogotarlos en Lampedusa no había sido más que un trámite, un acto de higiene familiar, un despiojarnos de garrapatas antes de seguir con nuestras verdaderas cuentas pendientes: turcos, españoles, berberiscos, franceses, moriscos, judíos, moros, venecianos, genoveses, florentinos, griegos, dálmatas, albaneses, renegados, corsarios. Vecinos del mismo patio mestizo. Gente de idéntica casta, entre la que no era descabellado compartir un vaso de vino, una carcajada, un insulto rotundo, una broma macabra, antes de crucificarse o intercambiar cabezas a cañonazos con imaginación y saña. Con buen, viejo y sólido odio mediterráneo. Pues nadie se degüella mejor y más a gusto que quien harto se conoce.


"Corsarios de Levante". Arturo Pérez Reverte, 2006

27/9/09

Canción de Amairgen




Yo soy el viento
que sopla a través del mar;
Yo soy la onda del océano;
Yo soy el murmullo de los sauces;
Yo soy el toro de los siete combates;
Yo soy el buitre sobre la roca;
Yo soy un rayo de sol;
Yo soy la más pura de las flores;
Yo soy un jabalí enfurecido;
Yo soy un salmón en la charca;
Yo soy un lago en la llanura;
Yo soy la habilidad del artesano;
Yo soy una palabra de ciencia;
Yo soy la punta de lanza de la batalla;
Yo soy el dios que crea en el hombre
la llama del pensamiento.
¿Quién, sin yo, ilumina la asamblea
sobre la montaña?
¿Quién, sin yo, sabe las fases de la luna?
¿Quién, sin yo, muestra el lugar
donde el sol va a descansar?
¿Quién llama al ganado
desde la Casa de Tethra?
¿A quién sonríe el ganado de Tethra?
¿Quién es el dios que teje
el encantamiento de la batalla
y los vientos que traen el cambio?

Invoco a la tierra de Éire
Muy bañada por el fértil mar
Fértil es la montaña plagada de fruta
Fruta esparcida por el bosque lluvioso,
De lluvia es el río con cascadas,
Cascadas junto al lago
de profundas pozas,
Profundo es el pozo de la cumbre,
Un pozo de tribus es la asamblea.
Una asamblea de reyes es Tara,
Tara es la colina de las tribus,
Las tribus de los Hijos de Mil,
De Mil, el de los barcos.
Como un majestuoso barco
es la tierra de Éire,
Majestuosa tierra de Éire
cantada con misterio,
Y conjuro de gran astucia,
La gran astucia de las esposas de Bres
Las esposas de Bres de Buaigne.

Pero a la gran diosa Éire
Eremon la ha conquistado.
Yo, Amairgen, la invoco.
Invoco a la tierra de Éire



“Leabhar Gabhála Erinn”- Libro de las Invasiones de Irlanda
“Lebor Laigen”  Libro de Leinster  
1100.d.C. Gaélico.  Monasterio de Terringlas.

26/9/09

Diario de Jonathan Harker



“Querido amigo: Bienvenido a los Cárpatos. Le espero ansiosamente. Duerma bien esta noche. Mañana a las tres sale la diligencia para Bucovina; le he reservado un asiento. En el Paso de Borgo le esperará mi coche y le traerá hasta aquí. Espero que haya tenido un buen vieje desde Londres y que disfrute su estancia en mi hermosa tierra. 
Su amigo,
DRÁCULA


Justo antes de salir, la anciana vino a mi habitación y de forma muy histérica dijo:
-¿Debe ir? Joven Herr, ¿debe ir? ¿Sabe que día es hoy?
Respondí que era cuatro de mayo. Ella sacudió la cabeza y dijo:
-¡Ah, sí! ¡Ya lo sé, ya lo sé! Pero ¿sabe usted que día es ese? Es la víspera del Día de San Jorge ¿No sabe que esta noche, cuando el reloj marque las doce, toda la maldad del mundo andará suelta? Denn die Todten reiten schnell (“ Los muertos viajan deprisa”). ¿Sabe adónde va y a qué va?
Su angustia era tan evidente que traté de calmarla, pero no lo conseguí. Entonces se levantó, se enjugó las lágrimas y me ofreció un crucifijo que llevaba al cuello. No sabía que hacer, porque como feligrés anglicano se me enseñó a considerar esos objetos casi como ídolos; pero, sin embargo, parecía muy descortés rechazar el ofrecimiento de una anciana con tan buenas intenciones y en tal estado de ánimo. Supongo que ella vio la duda en mi cara, porque colgó el rosario de mi cuello y dijo:
-Por su madre- y abandonó la habitación.


"Drácula" de Bram Stoker, 1897

25/9/09

El caballo del duque de Wellington


n la última habitación, una joven ataviada con un vestido de un vivo color granate cosía sentada en un taburete a espaldas a la ventana. Extendida ante sí tenía una gran tela ricamente bordada. Su brillante colorido se reflejaba en las paredes y el techo. No habría sido más esplendoroso el efecto de haber tenido una vidriera de colores fundida en el regazo.

-¿Has visto mi corcel, muchacha?- preguntó el duque, asomándose por la ventana.
-No- dijo ella, sin dejar de bordar.
-Lástima. Pobre Copenhagen. Estuvo conmigo en Waterloo y sentiré perderlo. Espero que quien lo encuentre lo trate bien, pobre amigo… ¿Para quien estás haciendo ese colosal bordado?
Ella sonrió levemente - ¡Lo hago para ti, desde luego!- dijo.

Sorprendido, se situó detrás de la bella joven y, por encima de su hombro, contempló la labor. Ésta consistía en miles y miles de escenas bordadas, algunas muy extrañas, otras familiares. Tres escenas en particular le resultaron extraordinarias. En una de ellas, un caballo castaño muy parecido a Copenhagen galopaba por el prado; en la otra se veía al propio duque caminar por un sendero blanco, y en la tercera aparecía el duque en esa misma habitación, ¡mirando el bordado por encima del hombro de la joven! En la escena no faltaba detalle.

“-¡Vaya, sí que es extraño! Por lo visto, todo lo que borde esta mujer tiene que pasar irremediablemente…”

En la escena siguiente llegaba a la casa un caballero con armadura de plata. En la que venía a continuación, el duque y el caballero luchaban encarnizadamente, y en la última (que la dama estaba terminando), el caballero hendía su espada en el pecho del duque.
-¡Eso no es justo!- exclamó éste, indignado-.¡Ese sujeto tiene una espada, una lanza y un comosellame, con una bola llena de púas colgada de una cadena, y yo no tengo ningún arma!

La mujer se encogió de hombros, como si aquello no fuera asunto suyo.

-¿No podrías bordarme una espada pequeña, o una pistola?
-No- dijo ella. Y terminó el bordado, remató la última puntada, se levantó y se fue. El duque miró por la ventana y, en lo alto de la colina, vio un destello como de plata reluciendo al sol. Registró la habitación, pero no encontró ningún arma.

-¡Un momento! –exclamó- Esto no es un problema militar. ¡Esto es un problema de costura!.

Sacó las tijeras de bordar y cortó los hilos de las escenas que mostraban la llegada del caballero y la muerte del duque. Cuando hubo terminado se asomó a la ventana: el caballero había desaparecido.

-¡Excelente!- dijo- Ahora el resto.

Con mucha concentración, muchas imprecaciones y no pocos pinchazos, añadió al bordado de la joven, con las puntadas mas chapuceras imaginables, varias escenas ideadas por él: en la primera, un monigote de toscos palotes (él) salía de la casa, la siguiente mostraba su alegre reunión con un caballo de palotes (Copenhagen), y la última, el regreso de ambos sanos y salvos a través de la brecha del muro.

Recogió el sombrero y salió de la vetusta casa de piedra. Fuera encontró a Copenhagen esperándolo, exactamente donde sus toscas puntadas lo habían situado, y grande fue la alegría de ambos al verse. El duque de Wellington montó entonces en su caballo y regresó a Wall.

El duque no creía que su estancia en la casa encantada tuviera consecuencias adversas. Posteriormente, en distintas épocas, fue diplomático, estadista y primer ministro de Gran Bretaña. A la señorita Arbuthnot, una buena amiga, le dijo en cierta ocasión:

-En los campos de batalla de Europa era dueño de mi destino, pero en política son tantas las personas a las que debo contentar, tantos los compromisos que debo asumir, que en el mejor de los casos no soy más que un monigote.

La señora Arbuthnot se preguntó por qué de repente, el duque parecía alarmarse y se quedaba muy pálido.


"Las Damas de Grace Adieu"  Susanna Clarke, 2006

24/9/09

"Moi, Christine", mujeres del siglo XV


Sentada un día en mi cuarto de estudio, rodeada toda mi persona de los libros más dispares, según tengo costumbre, ya que el estudio de las artes liberales es un hábito que rige mi vida, encontré el libro “Lamentaciones de Mateolo”. Me hizo sonreír, porque, pese a no haberlo leído, sabía que ese libro tenía fama de discutir sobre el respeto a las mujeres. Su lectura me dejó sin embargo perturbada y sumida en profunda perplejidad. Me preguntaba cuales podrían ser las razones que llevan a tantos hombres, clérigos y laicos, a vituperarnos, criticándonos de palabra o bien en escritos y tratados. Yo, que he nacido mujer, me puse a examinar mi carácter y mi conducta y también la de muchas otras mujeres que he tenido ocasión de frecuentar, tanto princesas y grandes damas como mujeres de mediana y modesta condición, que tuvieron a bien confiarme sus pensamientos más íntimos. Me propuse decidir, en conciencia, si el testimonio reunido por tantos varones ilustres podría estar equivocado. Mi mente, en mi ingenuidad, no podría llegar a reconocer esos graves defectos que yo misma compartía sin lugar a dudas con las demás mujeres.

¡Ay, Señor! ¿Cómo puede ser, cómo creer sin caer en el error de que tu sabiduría infinita y tu perfecta bondad hayan podio crear algo que no sea bueno? ¿Acaso no has creado a la mujer deliberadamente, dándole todas las cualidades que se te antojaban? ¿Cómo iba a ser posible que te equivocaras? Sin embargo aquí están los hombres, con tan graves acusaciones, juicio y condenas. Durante mucho tiempo las mujeres han quedado indefensas, abandonadas como un campo sin cerca, sin ningún campeón que luche en su ayuda. No hay que sorprenderse por lo tanto si la envidia de sus enemigos y las calumnias groseras de la gente vil, que con tantas armas las ha atacado, haya terminado por vencer en una guerra donde las mujeres no podrían ofrecer resistencia. Dejada sin defensa, la plaza mejor fortificada caería rápidamente. En su ingenua bondad, siguiendo en ello el precepto divino, las mujeres han aguantado, paciente y cortésmente, todos los insultos, daños y perjuicios, dejando en manos de Dios todos sus derechos. Ha llegado la hora de quitar de las manos del faraón una causa tan justa. Ése es el motivo de que nos reunamos aquí: para edificar y levantar la Ciudad de las Damas.



"La Ciudad de las Damas" Cristina de Pizán, 1405


Don Félix de Montemar



Segundo Don Juan Tenorio, 
Alma fiera e insolente,
Irreligioso y valiente,
Altanero y reñidor:
Siempre el insulto en los ojos,
En los labios la ironía, 
Nada teme y todo fía
De su espada y su valor.

Corazón gastado, mofa
De la mujer que corteja,
Y hoy, despreciándola, deja 
La que ayer se le rindió.
Ni el porvenir temió nunca,
Ni recuerda en lo pasado
La mujer que ha abandonado,
Ni el dinero que perdió. 

Ni vió el fantasma entre sueños
Del que mató en desafío,
Ni turbó jamás su brío
Recelosa previsión.
Siempre en lances y en amores, 
Siempre en báquicas orgías,
Mezcla en palabras impías
Un chiste a una maldición.

En Salamanca famoso
Por su vida y buen talante,
Al atrevido estudiante
Le señalan entre mil;
Fueros le da su osadía,
Le disculpa su riqueza,
Su generosa nobleza, 
Su hermosura varonil.

Que su arrogancia y sus vicios,
Caballeresca apostura,
Agilidad y bravura
Ninguno alcanza a igualar; 
Que hasta en sus crímenes mismos,
En su impiedad y altiveza,
Pone un sello de grandeza
Don Félix de Montemar.


"El estudiante de Salamanca" José de Espronceda, 1840

El hombre prehistórico


La tierra no parecía la tierra. Nos hemos acostumbrado a verla bajo la imagen encadenada de un monstruo conquistado, pero allí…allí podía vérsela como algo monstruoso y libre. Era algo no terrenal y los hombres eran… no, no se podía decir inhumanos. La idea surgía lentamente en uno. Aullaban, saltaban, se colgaban de las lianas, hacían muecas horribles, pero lo que en verdad producía estremecimiento era la idea de su humanidad, igual que la de uno, la idea del remoto parentesco con aquellos seres salvajes, apasionados y tumultuosos. 

Feo, ¿no? Si, era bastante feo. Pero si uno era lo suficientemente hombre debía admitir precisamente en su interior una débil traza de respuesta a la terrible franqueza de aquel estruendo, una tibia sospecha de que aquello tenía un sentido en el que uno (uno, tan distante de la noche de los primeros tiempos) podía participar… ¿Porque no? La mente del hombre es capaz de todo, porque todo está en ella, tanto el pasado como el futuro. ¿Qué había allí, después de todo? Alegría, miedo, tristeza, devoción, valor, cólera… ¿Quién podía saberlo?... Pero había una verdad, una verdad desnuda de la capa del tiempo. Dejemos que los estúpidos tiemblen y se estremezcan…el que es hombre sabe y puede mirar aquello sin pestañear. Pero tiene que ser por lo menos tan hombre como los de la orilla.


"El corazón de las tinieblas" Jospeh Conrad, 1899

El rey que fue y será




 FAMOSUS SECUNDUM FABULAS
BRITANNORUM REX ARTHUR


Hernan de Tournai (c.1135)

Cuenta Caxton en su prólogo a Le Morte D’Arthur que hay nueve grandes héroes, los mejores de todos los tiempos, que merecen ser por siempre recordados. 
Tres son paganos: Héctor de Troya, Alejandro el Grande, y Julio César.
Tres son judíos: Josué, David, y Judas Macabaeo. 
Tres son cristianos: Arturo, Carlomagno, y Godofredo de Bouillon.
En este excelente prefacio a la vasta compilación de las novelas de sir Thomas Malory, se afirma que es el rey Arturo el primero y más valioso e importante de los reyes de la Cristiandad, así como el más renombrado.


"Historia del Rey Arturo y de los nobles y errantes caballeros de la tabla redonda" 
Carlos García Gual, 2003

La tragedia según Lorca


Leonardo- Porque yo quise olvidar y puse un muro de piedra entre tu casa y la mía. Es verdad. ¿No to recuerdas? Y cuando te vi de lejos me eché en los ojos arena. Pero montaba a caballo, y el caballo iba a tu puerta. Con alfileres de plata mi sangre se puso negra, y el sueño me fue llenando las carnes de mala hierba. Que yo no tengo la culpa, que la culpa es de la tierra y de ese olor que te sale de los pechos y las trenzas.

Novia- ¡Ay qué sinrazón! No quiero contigo cama ni cena, y no hay minuto del día que estar contigo no quiera, porque me arrastras y voy, y me dices que me vuelva y te sigo por el aire como una brizna de hierba. He dejado a un hombre duro y a toda su descendencia en la mitad de la boda y con la corona puesta. Para ti será el castigo y no quiero que lo sea. ¡Déjame sola! ¡Huye tú! No hay nadie que te defienda.

Leonardo- También yo quiero dejarte si pienso como se piensa. Pero voy donde tú vas. Tú también. Da un paso. Prueba. Clavos de luna nos funden mi cintura y tus caderas.

Novia- ¿Oyes?

Leonardo- Viene gente.

Novia- ¡Húye! Es justo que yo aquí muera, con los pies dentro del agua y espinas en la cabeza. Y que me lloren las hojas, mujer perdida y doncella.

Leonardo- Cállate. Ya suben.

Novia- ¡Vete!

Leonardo- Silencio. Que no nos sientan. Tú delante. ¡Vamos, digo!


Novia- ¡Los dos juntos!

Leonardo- (Abrazándola.) ¡Como quieras! Si nos separan, será porque esté muerto.

Novia.-Y yo muerta.

(Salen abrazados.)

(Aparece la LUNA muy despacio. La escena adquiere una fuerte luz azul. Se oyen los dos violines. Bruscamente se oyen dos largos gritos desgarrados, y se corta la música de los violines. Al segundo grito aparece la MENDIGA y queda de espaldas. Abre el manto y queda en el centro como un gran pájaro de alas inmensas. La LUNA se detiene. El telón baja en medio de un silencio absoluto.)


"Bodas de sangre" Federico García Lorca, 1931

23/9/09

La gallarda Escocia


La señal del pub es nueva, pero su mensaje es viejo. El Britannia. Salve Britannia. Jamás me he sentido británico, porque no lo soy. Es feo y artificial. Sin embargo, tampoco me he sentido realmente escocés jamás. La gallarda Escocia, una mierda. Escocia la capulla acojonada. Nos estrangularíamos a muerte unos a otros por el privilegio de lamerle las almorranas a algún aristócrata inglés.

Algunos odian a los ingleses. Yo no, sólo son soplapollas. Estamos colonizados por unos soplapollas, ni siquiera encontramos una cultura decente y vibrante que nos colonice, estamos gobernados por unos gilipollas, ¿en que nos convierte eso? En lo más bajo de entre lo más bajo, la escoria de la puta Tierra, la basura más servil, miserable y más patética jamás salida del culo de la civilización. Yo no odio a los ingleses. Sólo se apañan con lo que tienen.Yo odio a los escoceses. 

Y todo el aire puro del mundo no cambiará las putas cosas. 


"Trainspotting"  Irvine Welsch, 1993

Noche de verano en Corfú

Full moon at the beach

Aquella noche la fosforescencia del mar era especialmente intensa. Bastaba con pasear la mano por el agua para producir una ancha cinta verdidorada a lo largo del mar, y al zambullirse la sensación era la de arrojarse en un helado horno de luz. Cuando salimos, el agua que nos chorreaba emitía un resplandor de fuego. Nos tumbamos a comer en la playa. Al descorchar el vino al final de la cena y como a una señal convenida, unas cuantas luciérnagas aparecieron sobre los olivos a nuestra espalda, como una especie de obertura al espectáculo.

Primero no fueron más que dos o tres puntitos verdes que flotaban blandamente entre los árboles, encendiéndose y apagándose con regularidad. Pero pronto surgieron más y más, hasta iluminar algunas partes del olivar con un extraño resplandor verdoso. Jamás habíamos visto tal cantidad de luciérnagas: enjambres enteros volaban sobre los árboles, trepaban por la hierba, los matorrales y los troncos de olivo, pasaban sobre nuestras cabezas y se posaban en las toallas como ascuas verdes. Nubes de luciérnagas salieron al mar revoloteando sobre las olea, y en ese preciso instante aparecieron los delfines nadando en fila india por la bahía, cimbreándose rítmicamente, con los lomos como pintados de fósforo. 

En el centro de la cala se detuvieron a nadar en círculo, girando y sumergiéndose, saltando a veces en el aire para caer en medio de un estallido de luz. El cuadro de conjunto, con los insectos arriba y los delfines iluminados abajo, era extraordinario. Bajo la superficie se distinguía, incluso, el sendero de luz que dejaban los delfines al bucear zigzagueando por el fondo arenoso, y cuando saltaban en el aire despidiendo gotas de agua esmeralda, no sabíamos ya si lo que veíamos eran luciérnagas o fosforescencia. 

Una hora duró el festival, pasada la cual las luciérnagas volvieron a tierra y se alejaron bordeando la costa. Entonces los delfines se alinearon y se pusieron rumbo al mar abierto, dejando tras de si un sendero llameante que luego de arder un momento se fue apagando lentamente.


"Mi Familia y otros animales"  Trilogía de Corfú I.  Gerald Durrell, 1956

Homenaje a Jodido Estúpido Johnson


-->Al desaparecido (o al menos en paradero desconocido) Jodido Estúpido Johnson se le reconocía ampliamente como el peor inventor del mundo, si bien en un sentido muy especializado. Los inventores simplemente malos construían cosas que no funcionaban. Pero él no se contaba entre aquellos mequetrefes. Cualquier tonto podía fabricar algo que no hiciera absolutamente nada cuando apretabas el botón. Él se burlaba de aquellos aficionados de dedos torpes. Todo lo que él construía funcionaba. Simplemente no hacía lo que ponía en la caja. Si querías un misil pequeño tierra-aire, le pedías a Johnson que diseñara una fuente ornamental. Venía a ser más o menos lo mismo. Pero aquello nunca lo desanimó, ni a él ni a la curiosidad morbosa de sus clientes. La música, el diseño de jardines, la arquitectura…. Sus talentos parecían no empezar nunca.


"Papá Puerco" Terry Prachett, 2008

You'll be a Man, my son!



Si eres capaz de mantenerte firme
cuando todos se tambalean a tu alrededor,
y te culpan por ello
Si sabes confiar en ti mismo 
cuando todo el mundo duda de ti
Y aún así comprender sus dudas, y nunca despreciarlas
Si puedes esperar, y no cansarte de estar esperando
O ser engañado, y no contestar con mentiras
O ser odiado, y no dar cabida al odio
Y no obstante no ostentar tu bondad
Ni ensalzar tu juicio

Si puedes soñar, y no hacer de tus sueños tus dueños
Si puedes pensar, y no hacer de tus pensamientos 
tus únicos objetivos
Si puedes enfrentarte al Triunfo y al Desastre
Y tratar a estos dos impostores por igual.
Si puedes soportar oír tus sinceras palabras
Manipuladas por bribones para engañar incautos
O contemplar destrozadas las cosas 
por las que has dado tu vida,
Y agacharte sobre ellas, y reconstruirlas
Con herramientas ya gastadas por el tiempo

Si sabes hacer una pila con todas tus victorias
Y arriesgarlo todo a una carta
Y perder, y comenzar de nuevo desde el principio
Y no dejar escapar una palabra sobre tu pérdida

Si puedes forzar a tu corazón, nervio y coraje
A cumplir mucho después de haberse agotado
Y así poder resistir cuando no quede nada en tí
Excepto la voluntad que te dice: ¡Resiste!

Si puedes hablar con las masas y conservar tu virtud
O caminar entre reyes, y no perder el sentido común
Si ni los enemigos, 
ni los amigos más queridos pueden herirte
Si todos los hombres cuentan contigo, 
pero ninguno demasiado
Si puedes emplear el implacable minuto
Recorriendo una distancia que valga 
exactamente sesenta segundos
Tuya es la Tierra, y todo lo que hay en ella
Y lo que es más,
serás un hombre, hijo mío.


"Rewards and Fairies (Hadas y recompensas)" Rudyard Kipling, 1909

Sin noticias de Gurb

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9:45-  Después de un examen detenido del plano de la ciudad, decido proseguir la búsqueda de Gurb en una zona periférica de la misma habitada por una variante humana denominada pobres. Como el Catálogo Astral les atribuye un índice de  mansedumbre inferior al de la variante denominada ricos y muy inferior al de la variante denominada clase media, opto por la apariencia del ente individualizado denominado Gary Cooper.

10:00- Me naturalizo en una calle aparentemente desierta del barrio de San Cosme.

10:01- Un grupo de mozalbete provistos de navajas me quitan la cartera.

10:02- Un grupo de mozalbetes provistos de navajas me quitan las pistolas y la estrella de sheriff.

10:03- Un grupo de mozalbetes provistos de navajas me quitan el chaleco, la camisa y los pantalones.

10:04- Un grupo de mozalbetes provistos de navajas me quitan las botas, las espuelas y la armónica.

10:10- Un coche-patrulla de la policía nacional se detiene a mi lado. Desciende un miembro de la policía nacional, me informa de los derechos constitucionales que me asisten, me pone las esposas y me mete en el coche-patrulla de un capón. Temperatura, 21 grados centígrados; humedad relativa, 75 por ciento; viento racheado de componente sur; estado de la mar, marejadilla.


"Sin noticias de Gurb"  Eduardo Mendoza

El curioso caso de la Catedral de York

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Una iglesia grande y vieja en lo más crudo del invierno es, en el mejor de los casos, un lugar poco acogedor; sus piedras exhalan el frío de cien inviernos preservado en ellas. Los caballeros de la Sociedad de York permanecían de pie en la fría penumbra, dispuestos a dejarse asombrar. En aquel momento empezaron a oírse campanadas. Procedían del campanario de San Miguel, que daba la media, pero en el interior de la catedral tenían un sonido extraño y lejano, como de campanas de otro país. No eran alegres ni mucho menos. Los reunidos sabían bien con cuánta frecuencia se relacionaba las campanadas con la magia, sabían que, antiguamente, sonaban campanas de plata cuando un inglés o inglesa de gran virtud o belleza iba a ser raptado por duendes. Cuando se apagaron las campanadas, desde las alturas en penumbras empezó a hablar una voz. 

(…) Todas las estatuas y monumentos de la catedral empezaron a hablar, diciendo con sus voces de piedra todo lo que habían visto durante su vida de piedra, y el ruido era indescriptible. Y es que los muros de la catedral tenían esculpidas miles de figuras, grandes y pequeñas, y extraños animales que batían las alas. En una gran mampara había quince reyes de piedra en sendos pedestales. Desde el momento en que pudieron hablar, los soberanos empezaron pelear y a reñir; porque todos los pedestales tenían la misma altura, y lo que más detestan los reyes (aunque sean de piedra) es que los pongan al nivel de otros. 


En lo alto de una vieja columna, un pequeño grupo de extrañas figuras con los brazos entrelazados contemplaba el mundo con sus ojos de piedra, pero tan pronto se dejó sentir el hechizo, cada una empezó a empujar a las otras para apartarlas, como si hasta los brazos de piedra se resintiesen al cabo de los siglos y las criaturas se cansaran de estar ligadas entre sí. Una parecía hablar en italiano y nadie se explicaba por qué, pero Segundus descubrió después que era una copia de una escultura de Miguel ángel. La estatua describía una iglesia totalmente distinta, una iglesia en la que negras sombras se recortaban con nitidez contra una luz brillante. Describía, pues, lo que la escultura original veía en Roma. 

También había magníficas tallas de cien árboles ingleses: espino, roble, endrino, ajenjo, cereza, brionia. Segundus vio dos dragones, no mayores que su antebrazo, que, uno en pos de otro, se deslizaban entre las ramas, las hojas, las raíces y los zarcillos. Parecían moverse con tanta soltura como cualquier criatura, pero el sonido de sus músculos de piedra rechinando bajo una piel de piedra, rozando costillas de piedra y chocando contra un corazón de piedra, así como el de garras de piedra arañando ramas de piedra, era insoportable. Una pequeña nube de polvillo áspero, como el que suele acompañar al trabajo de un picapedrero, los rodeaba y se elevaba en el aire, y pensó que si el hechizo les permitía seguir moviéndose mucho tiempo, se desgastarían hasta quedar reducidos a obleas de piedra caliza. Las hojas y hierbas pétreas se estremecían y temblaban como movidas por la brisa, y algunas emulaban a sus equivalentes vegetales con tanta fidelidad que hasta crecían. Después, cuando se rompió el conjuro, se encontraron ramas de hiedra y escaramujo de piedra que trepaban por sillas, atriles y libros de rezos


"Johnatan Strange y el señor Norrell"  Susanna Clarke, 2004

Adiós a Macondo

Entonces dio otro salto para anticiparse a las predicciones y averiguar la fecha y las circunstancias de su muerte. Sin embargo, antes de llegar al verso final ya había comprendido que no saldría jamás de ese cuarto, pues estaba previsto que la ciudad de los espejos (o los espejismos) sería arrasada por el viento y desterrada de la memoria de los hombres en el instante en que Aureliano Babilonia acabara de descifrar los pergaminos, y que todo lo escrito en ellos era irrepetible desde siempre y para siempre porque las estirpes condenadas a cien años de soledad no tenían una segunda oportunidad sobre la tierra.

“Cien años de soledad” Gabriel García Márquez