... HURTFEW ABBEY : 2010

17/10/10

Por allí resopla


¡Cómo sorprenderse, pues, de que el pueblo de Nantucket, nacido en una playa, haya elegido el mar para siempre! Y en todos los océanos y en todas las estaciones declararon la guerra eterna a la más formidable masa animada que sobrevivió al diluvio, a la más monstruosa y enorme entre todas. ¡A ese Himalaya, a ese Mastodonte marino revestido de un tal portento de fuerza inconsciente que sus mismos terrores son más temibles que sus ataques más audaces y perversos!

Así, esos desnudos hombres de Nantucket, esos ermitaños del mar, salieron de su hormiguero acuático y recorrieron y dominaron el mundo de los océanos, como otros tantos Alejandros, repartiéndose  entre ellos el Atlántico, el Pacífico y el Índico, como las tres potencias piratas se repartieron Polonia. Que Norteamérica agregue México a Texas y amontone Cuba sobre Canadá, que los ingleses invadan la India y planten sobre el sol mismo su resplandeciente estandarte: los dos tercios del globo terráqueo son de los hijos de Nantucket.  Porque suyo es el mar: lo poseen como los emperadores poseen sus imperios.  Descienden a él en naves y lo aran de un extremo a otro como si fuera su propio campo. Allí esta su hogar, allí están sus trabajos, que ningún diluvio de Noé interrumpiría, aunque se tragara a todos los millones de China. 

El hombre de Nantucket vive en el mar, como los gallos silvestres en la pradera; se oculta entre las olas y las trepa como los cazadores de antílopes trepan los Alpes. Durante años no ve la tierra, de modo que cuando al fin regresa a ella le parece otro mundo, más extraño que la luna para un terráqueo. Como la gaviota sin tierra que, al atardecer, pliega las alas y se mece hasta dormirse entre el oleaje, al caer la noche el hombre de Nantucket, lejos de la tierra, recoge las velas y se echa a dormir, mientras bajo su almohada corren morsas y ballenas. 


"Moby Dick " Herman Melville, 1851

28/9/10

Anillos humanos


Los peces y los árboles se parecen.

Se parecen en los anillos. Si hiciéramos un corte horizontal a un árbol veríamos sus anillos en el tronco. Un anillo por cada año transcurrido, es así como se sabe la edad del árbol. Los peces también tienen anillos, pero en las escamas. Y al igual que sucede con los árboles, gracias a ellos sabemos cuántos años tiene el animal.

Los peces nunca dejan de crecer. Nosotros no, nosotros menguamos a partir de la madurez. Nuestro crecimiento se detiene, y los huesos comienzan a juntarse. El cuerpo se encoge. Los peces, sin embargo, crecen hasta que se mueren. Más rápido cuando son jóvenes y, a partir de cierta edad, más lentamente, pero sin dejar nunca de crecer. Y por eso tienen anillos en las escamas.

El anillo de los peces lo crea el invierno. El invierno es el tiempo durante el cual el pez come menos, y el hambre deja una marca oscura en sus escamas porque su crecimiento es menor durante esta época. Al contrario que en verano. Cuando los peces no pasan hambre, no queda ningún rastro en sus escamas.

El anillo de los peces es microscópico, no se ve a primera vista, pero ahí está. Como si fuera una herida. Una herida que no ha cerrado bien.

Y como los anillos de los peces, los momentos más difíciles van marcando nuestras vidas, hasta convertirse en medida de nuestro tiempo. Los días felices, al contrario, pasan deprisa, demasiado deprisa, y en seguida se desvanecen.

Lo que para los peces es el invierno, para las personas es la pérdida. Las pérdidas delimitan nuestro tiempo; el final de una relación, la muerte de un ser querido.

Cada pérdida es un anillo oscuro en nuestro interior.


"Bilbao - New York - Bilbao", Kirmen Uribe, 2009