... HURTFEW ABBEY : La justicia nos la hará Don Corleone

1/10/09

La justicia nos la hará Don Corleone


– He dado a mi hija una educación americana. Creo en América. Este país ha hecho mi fortuna. He concedido a la chica absoluta libertad, pero le he enseñado siempre que no debía hacer nada que pudiera avergonzar a su familia. Se hizo amiga de un muchacho no italiano. Iba al cine con él, regresaba a casa muy tarde.... Lo acepté todo sin protestar; la falta es mía. Hace dos meses, él y otro chico se la llevaron a dar un paseo en coche. Los dos hicieron beber whisky a mi hija y luego trataron de abusar de ella. Mi hija resistió, supo guardar su honra. Entonces le pegaron como si fuera una bestia. Cuando acudí al hospital, tenía los ojos morados, la nariz rota, la mandíbula destrozada. La pobre no cesaba de llorar. “¿Por qué lo han hecho, papá?"  No pude contenerme; yo también me eché a llorar. Ella era la luz de mi vida, era una hija muy cariñosa y muy hermosa. Confiaba en la gente, pero ahora nunca más confiará en nadie. Ya nunca volverá a ser hermosa. Acudí a la policía como todo buen americano, y los dos muchachos fueron arrestados. Las pruebas eran abrumadoras. Se confesaron culpables y el juez los condenó a tres años de cárcel, pero suspendió la sentencia. Salieron en libertad el mismo día. Yo estaba de pie en la sala del tribunal, y comprendí que había hecho el ridículo. Al pasar, esos dos me sonrieron con sorna. En ese preciso instante le dije a mi esposa:  “La justicia nos la hará Don Corleone”.

El Don tenía la cabeza inclinada en señal de respeto por la pena de Bonasera. Sin embargo, cuando habló, las palabras sonaron frías, con la frialdad de la dignidad ofendida.

– ¿Por qué acudiste a la policía? ¿Por qué no viniste a mí desde el primer momento?
– ¿Qué quiere de mí? –dijo Amerigo Bonasera con voz apenas perceptible–. Pídame lo que quiera, pero atienda a mi ruego.
– ¿Y qué es lo que me pides? –dijo Don Corleone, con voz grave.

Bonasera miró a Hagen y a Sonny Corleone y negó con la cabeza. El Don, sentado todavía en la mesa de Hagen, se inclinó hacia el empresario de pompas fúnebres. Bonasera dudaba. Luego acercó los labios a la velluda oreja del Don, hasta rozarla. Don Corleone escuchó tal como lo hace un cura en el confesionario: con la mirada ausente, impasible, remoto. Estuvieron así durante mucho rato. Al cabo Bonasera se enderezó, se separó del Don, que le miraba gravemente.

– Eso no puedo hacerlo –respondió el Don finalmente.
– Pagaré todo lo que me pida –dijo Bonasera en voz alta y clara.
Al oír estas palabras, Hagen hizo un movimiento nervioso con la cabeza. Sonny Corleone, con los brazos cruzados, sonrió sardónicamente. Don Corleone se levantó con el rostro tan impasible como siempre.
– Tú y yo hace muchos años que nos conocemos –dijo con una voz helada como la muerte–. A pesar de ello, hasta hoy nunca me habías pedido consejo ni ayuda. Ni siquiera soy capaz de recordar cuándo fue la última vez que me invitaste a tu casa para tomar café, a pesar de que mi esposa es la madrina de tu única hija. Seamos francos: has rechazado mi amistad porque no querías deberme nada.
– No quería verme envuelto en líos –murmuró Bonasera. El Don levantó la mano en señal de disconformidad.
– No. No hables. Creías que América era un paraíso. Tenías un buen negocio y vivías muy bien. Pensabas que el mundo era un edén del que podías tomar todo lo bueno. Nunca te has preocupado de rodearte de buenos y verdaderos amigos. Después de todo ya tenías a la policía y los tribunales para protegerte. Nada malo podía ocurrir; ni a ti ni a los tuyos. Para nada necesitaban a Don Corleone. Muy bien. Has herido mis sentimientos, y no soy de los que dan su amistad a quienes no saben apreciarla. Ahora acudes a mi diciendo: “Don Corleone; quiero que haga justicia”. Y no sabes pedir con respeto. No me ofreces tu amistad. Vienes a mi casa el día de la boda de mi hija, me pides que mate a alguien y dices –aquí el Don se puso a imitar la voz y los gestos de Bonasera–: “Pagaré todo lo que me pida”. No, no. No te guardo rencor, pero ¿puedes decirme qué te he hecho para que me trates con esta absoluta falta de respeto?
– América se ha portado bien conmigo. – dijo Bonasera, con la voz ahogada por la angustia y el temor. 

El Don aplaudió.

-Has hablado bien, pero que muy bien. Así pues, de nada puedes quejarte. El juez ha dictado sentencia. América ha dictado sentencia. Cuando vayas al hospital, lleva a tu hija un ramo de flores y una caja de bombones, eso la consolará. ¡Alégrate, hombre! Después de todo, no ha sido nada grave; los muchachos eran jóvenes y alegres, y uno de ellos es hijo de un político muy influyente. No, mi querido Amerigo, siempre has sido honrado. En fin, dame tu palabra de que vas a olvidarte de todo, como harían los americanos. Perdona y olvida. La vida está llena de desgracias.

La cruel y desdeñosa ironía de estas palabras, la ira contenida del Don, hicieron temblar al pobre empresario de pompas fúnebres, quien, a pesar de todo, aún encontró fuerzas para decir con arrogancia:

– Sólo le pido que haga justicia.
– El tribunal ya hizo justicia –adujo Don Corleone, con sequedad.
– No –replicó Bonasera, con un gesto de obstinación–. Hizo justicia a los jóvenes, pero no a mí.
Con una ligera inclinación, el Don dio a entender que había sabido apreciar la sutil diferencia.
– ¿Cuál es tu justicia? –preguntó seguidamente.
– Ojo por ojo –respondió Bonasera.
– Has pedido más. Tu hija está viva –señaló el Don.
– Que sufran como sufre ella –convino Bonasera.- ¿Cuánto quiere? –dijo en tono desesperado. Don Corleone le volvió la espalda, queriendo indicar que la entrevista había terminado. Pero Bonasera no se movió. Finalmente, como un hombre de buen corazón que no puede enfadarse con un amigo descarriado, Don Corleone se volvió hacia el empresario de pompas fúnebres, que estaba tan pálido como uno de sus cadáveres. No cabía duda; Don Corleone era amable y paciente.

–Si hubieses acudido a mí, mi bolsa hubiera sido tuya. Si hubieses acudido a mí en demanda de justicia, aquellos cerdos que dañaron a tu hija estarían llorando amargamente desde hace tiempo. Si por desgracia, por circunstancias de la vida, un hombre honrado como tú se hubiese creado algún enemigo, éste se hubiera convertido automáticamente en enemigo mío –el Don apuntó con el dedo a Bonasera–. Y créeme, te hubiese temido.
Bonasera inclinó la cabeza.
– Quiero su amistad. La acepto –murmuró. Don Corleone apoyó la mano sobre el hombro de Bonasera.
– Bien, tendrás justicia –aseguró–. Algún día, un día que tal vez nunca llegue, te llamaré para pedirte algún pequeño servicio. Hasta entonces, considera esta justicia como un regalo el día de la boda de mi hija.



"El Padrino" Mario Puzo, 1969.

2 comentarios:

  1. Muchos años he cargado con la vergüenza de no haber visto la peli del padrino; Tú sabes lo que es que todo, y digo todo, el mundo haya visto algo menos tú?
    Bueno pues después de todos estos años miserables y desgraciados, por fin, el otro día me desquité, me agarre el rtorrent, me la bajé, y la vi.
    Jo! no veo el momento de que salga en alguna conversación.
    En cuanto al libro, sí, ya lo se, será mejor que la peli, pero no me lo he leído. Sí que me he leído el de Omertá que es un poco 'y dale molino' con lo de la mafia. Pero está muy chulo.

    Bueno me voy a sindicar a tu blog a ver si cuentas alguna cosa interesante...

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  2. Estás hablando con una persona que ha sido socialmente marginada por no haber visto Star Wars hasta los 27 años, te entiendo perfectamente XD.

    Pd: Curiosamente, el libro no es mejor que las pelis (y para que yo lo diga...) Pero esk la pelis son una auténtica JOYA.
    Pd2: Más adelante subiré otro fragmento bueno del libro que no sale en la peli.
    Pd3. Tb van a sacar peli de "Omertá". Dicen qu eno tiene na que ver con el libro. Habrá que verlo.

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