... HURTFEW ABBEY : Medievo Post-nuclear

3/7/11

Medievo Post-nuclear



Se decía que Dios, para poder probar a la especie humana, que estaba henchida de orgullo como en tiempos de Noé, había ordenado a los hombres sabios de la época, entre los que se hallaba el beato Leibowitz, que ideasen grandes máquinas de guerra como nunca habían existido en la Tierra; armas con tal energía, que encerrasen los propios fuegos del infierno. Consintió que esos magos colocasen las armas en manos de los príncipes y les dijesen a cada uno de ellos: «Sólo porque el enemigo tiene tal instrumento, hemos ideado éste para ti, para que sepa que tú también lo tienes y no se atreva a atacarte. Piensa, mi señor, que los temiste a ellos tanto como te temen ahora a ti y que ninguno usará esta horrible arma que hemos creado».

Pero los príncipes, haciendo caso omiso de las palabras de sus hombres sabios, se dijeron: «Si ataco lo suficientemente aprisa y en secreto, destruiré a los demás mientras duermen y no habrá nadie que me responda; la Tierra será mía».

Tal fue la locura de los príncipes, y a ella siguió el Diluvio de Fuego.

En algunas semanas — algunos decían que días — todo terminó. Las ciudades se convirtieron en un amasijo de vidrios rodeado de una vasta extensión de escombros. Las naciones desaparecieron y la tierra quedó cubierta de cuerpos de hombres y de ganado; de toda clase de bestias: junto con los pájaros del aire y todos los seres que volaban, todos los que nadaban en los ríos, se arrastraban entre la hierba o se ocultaban en madrigueras, enfermaron y murieron, cubriendo la tierra. Grandes nubes de ira se tragaron los bosques y prados, secaron los árboles y destruyeron las cosechas. Donde antes existía la vida, se extendían grandes desiertos, y en los puntos de la Tierra donde los hombres subsistían, habían enfermado todos debido al aire envenenado. Por ello, y a pesar de que algunos escaparon de la muerte, ninguno quedó intocado; y muchos, hasta en esas tierras donde las armas no habían atacado, murieron debido a la contaminación del aire.

Por todo el mundo los hombres iban de un lado para otro creándose una gran confusión de lenguas. Cundió la furia contra los príncipes y sus servidores y contra los magos que habían ideado las armas. Pasaron los años y la Tierra todavía no estaba limpia. De la confusión de lenguas, de la mezcla de los supervivientes de muchas naciones y del miedo, nació el odio. Y el odio dijo:

«Vamos a lapidar, destripar y quemar a quienes hicieron esto. Hagamos un holocausto con quienes idearon este crimen, junto con sus mercenarios y sus sabios; quemémoslos, que mueran junto con sus obras, sus nombres y hasta su recuerdo. Destruyámoslos a todos y enseñemos a nuestros hijos que el mundo es nuevo, que no sepan nada de los hechos antes ocurridos. Hagamos una gran simplificación y después el mundo comenzará de nuevo.»

Así fue que, después del Diluvio, el Fallout, las plagas, la locura, la confusión de lenguas y la ira, comenzó la época sangrienta de la Simplificación, cuando unos supervivientes de la raza humana aniquilaron a otros supervivientes miembro a miembro, mataron gobernantes, científicos, dirigentes, técnicos, maestros y cualquier persona que los adalides de la enloquecida multitud considerasen merecedora de la muerte por haber ayudado a hacer de la Tierra lo que era. Nada era tan odioso a los ojos de esa multitud como los hombres cultos, al principio porque sirvieron a los príncipes y más tarde porque se negaron a unirse a la riada de sangre y trataron de oponerse a la chusma, a la que motejaban de «gente simple sedienta de sangre».

La chusma aceptó alegremente el nombre y gritó: «¡Simples! ¡Sí, sí! ¡Soy simple! ¿Eres simple? ¡Construiremos una ciudad y la llamaremos «Ciudad Simple» porque para entonces todos los bastardos inteligentes que causaron esto estarán muertos! ¡Simples! ¡Vamos! ¡Esto les servirá de lección! ¿Hay alguien aquí que no sea simple? ¡Si lo hay, coged al bastardo!» 

Para escapar de la ira de aquella multitud de simples, los hombres cultos que quedaban con vida huyeron a cualquiera de los santuarios que les ofrecían asilo. La santa Iglesia los recibió, los vistió con hábitos monacales y trató de ocultarlos en tantos monasterios y conventos como habían sobrevivido y que podían ser habitados de nuevo, porque las religiones no eran muy despreciadas por la multitud a no ser que la desafiasen o aceptasen el martirio.

A veces el santuario era seguro, pero en general no resultó así. Los monasterios fueron invadidos; los archivos y libros sagrados, quemados; los refugiados, apresados y juzgados sumariamente y colgados o quemados. Al poco tiempo de iniciada, la Simplificación dejó de tener un plan o un propósito y se convirtió en un loco frenesí de crímenes en masa y destrucción, como sólo puede ocurrir cuando los últimos restos del orden social desaparecen. La locura se transmitió a los niños, acostumbrados como estaban, no sólo a olvidar, sino a odiar, y oleadas de furia se reprodujeron esporádicamente hasta la cuarta generación después del Diluvio. Entonces, la ira se dirigió, no contra los sabios, pues ya no quedaba ninguno, sino contra los que sabían leer y escribir (...)



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"Cántico a San Leibowitz" Walter M.Miller Jr. 1960

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