... HURTFEW ABBEY : Cuando el mar era antiguo

1/11/09

Cuando el mar era antiguo



Realmente el mar nos aniquila y nos consume, agota nuestra fantasía y nuestra voluntad. Su infinita monotonía, sus infinitos cambios, su soledad inmensa nos arrastra a la contemplación. Esas olas verdes, mansas, esas espumas blanquecinas donde se mece nuestra pupila, van como rozando nuestra alma, desgastando nuestra personalidad, hasta hacerla puramente contemplativa, hasta identificarla con la naturaleza.

Queremos comprender al mar, y no le comprendemos; queremos hallarle una razón, y no se la hallamos.

Es un monstruo, una esfinge incomprensible. Muchas veces sospechamos si habrá en él escondido algo como una lección; en momentos se figura uno haber descifrado su misterio; en otros, se nos escapa su enseñanza y se pierde en el reflejo de las olas y en el silbido del viento.

Todos, sin saber por qué, suponemos al mar mujer, todos le dotamos de una personalidad instintiva y cambiante, enigmática y pérfida. En la naturaleza, en los árboles y en las plantas, hay una vaga sombra de justicia y de bondad; en el mar, no: el mar nos sonríe, nos acaricia, nos amenaza, nos aplasta caprichosamente. Si a uno le coge mozo como a mí, le moldea de una manera definitiva, le hace marino para siempre; al que de niño se entrega a su poder con el alma cándida, con la inteligencia virgen, le convierte en su esclavo.

Para el pescador, para el hombre ignorante y sencillo que no puede apoyar sus ideas en las bases de la ciencia, el mar es un tirano, le engaña, le adula, le seduce, le ahoga. Para el pobre marinero, el mar es el súmmum del interés, del encanto, de la variedad. Para nosotros los marinos de altura, el mar es principalmente una ruta, es casi exclusivamente un camino. ¡Pero qué camino! Yo no olvidaré nunca la primera vez que atravesé el océano. Todavía el barco de vela dominaba el mundo.

¡Qué época aquélla! Yo no digo que el mar entonces fuera mejor; no; pero sí más poético, más misterioso, más desconocido. Hoy, el mar se industrializa por momentos; el marino, en su barco de hierro, sabe cuánto anda, cuándo va a parar; tiene los días, las horas contadas...; entonces, no; se iba llevando la casualidad, la buena suerte, el viento favorable.En aquel tiempo, todavía el mundo estaba mal conocido, todavía había derroteros tradicionales y una inmensidad del océano en blanco jamás visitado por el hombre. Como el caminante en el desierto sigue las huellas de otro, el marino en alta mar sigue la derrota de los antiguos nautas. 

A la gran barbarie del mar correspondía la barbarie de su servidor el marino; a la brutalidad del elemento salobre, la brutalidad humana. En aquella época, un marino volvía a su rincón con un anillo en la oreja, una pulsera en la muñeca y una cacatúa o una mona en el hombro. Un marino, entonces, era algo extrasocial, casi extrahumano; un marino era un ser para quien la moral ofrecía otros aspectos que para los demás mortales. -Te preguntarán cuánto has hecho -decían los padres a sus hijos, que se lanzaban a la aventura-, no cómo lo has hecho.

Hoy, el mar ha cambiado, y ha cambiado el barco, y ha cambiado también el marino. De aquellas airosas arboladuras que tanto nos entusiasmaban, no quedan más que esos palos cortos para sostener los vástagos de las poleas; de aquellas maniobras complicadas, nada se conserva. Antes, el barco de vela era una creación divina, como una religión o como un poema; hoy, el barco de vapor es algo continuamente cambiante como la ciencia..., una maquinaria en eterna transformación. 

Hoy, es la máquina la impulsadora del barco, algo exacto, matemático, medido; antes, era el viento, algo caprichoso, impalpable, fuera de nosotros. «Llevamos el Ángel de la Guarda en la lona de nuestras velas», me decía don Ciríaco, un viejo capitán de fragata muy inteligente y muy romántico; «llevamos la fuerza en nuestra carbonera», puede decir el capitán de hoy. Antes, el mar era nuestra divinidad, era la reina endiosada y caprichosa, altiva y cruel; hoy es la mujer a quien hemos hecho nuestra esclava.

Nosotros, marinos viejos, marinos galantes, la celebrábamos de reina y no la admiramos de esclava.

¡Oh gallardas arboladuras, velas blancas, fragatas airosas con su proa levantada y su mascarón en el tajamar! ¡Redondas urcas, veleros bergantines! ¡Fragatas, carabelas turcas, saicas grecorromanas, polacras venecianas, urcas de Holanda, síndalos tunecinos y galeotas toscanas!¡Qué pena me da el pensar que vais a desaparecer!

¡Amable sirena, que te levantabas sobre las olas azules para mirarnos con tus ojos verdes, ya no te verán más!


"Las inquietudes de Shanti Andía" Pío Baroja, 1911


DEDICADO AL "RAFAEL VERDERA"
AL ABUELO Y SU "MARACAIBO"
AL TÍO JESÚS, CAPITÁN DE NAVÍO
AL TÍO JUANTXU, POR SU BILBLIOTECA INFINITA Y SU TALLER
A LA "SOPHIE", Y POR SUPUESTO A LA PEQUEÑA "OLICCA" :)

1 comentario:

  1. Esto es geniaaaaaal!! Genial chica!!
    Me encanta, gracias :-)

    Si que eran mucho más valientes y fantásticos aquellos cascarones de madera

    que atravesaban mares... aunque no le pierdo lo romántico a los barcos

    nuevos, también me gustan. Que coño, no me van a gustar... si yo hago

    barcos!! (bueno, casi :-p ) Soy de ciudad astillera, lo llevamos en la

    sangre; astillera y pescadora, nos gusta el mar y nos gustan los barcos. Y

    viendo el vídeo que pusiste en tu post de Océano en el otro blog, los barcos

    modernos siguen siendo cascarones indefensos en medio de la inmensidad azul.

    Que me ha encantado chica; me gustaban tus textos, y me gustan tus fuentes

    ;-) Siempre paso un buen rato leyéndote.
    Pero, ¿Cuantas personalidades tienes :-p? Que no se si tendré tiempo para

    seguirlas todas, jejeje.

    Salud.
    Nos vemos en Judea.

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