(…) Todas las estatuas y monumentos de la catedral empezaron a hablar, diciendo con sus voces de piedra todo lo que habían visto durante su vida de piedra, y el ruido era indescriptible. Y es que los muros de la catedral tenían esculpidas miles de figuras, grandes y pequeñas, y extraños animales que batían las alas. En una gran mampara había quince reyes de piedra en sendos pedestales. Desde el momento en que pudieron hablar, los soberanos empezaron pelear y a reñir; porque todos los pedestales tenían la misma altura, y lo que más detestan los reyes (aunque sean de piedra) es que los pongan al nivel de otros.
En lo alto de una vieja columna, un pequeño grupo de extrañas figuras con los brazos entrelazados contemplaba el mundo con sus ojos de piedra, pero tan pronto se dejó sentir el hechizo, cada una empezó a empujar a las otras para apartarlas, como si hasta los brazos de piedra se resintiesen al cabo de los siglos y las criaturas se cansaran de estar ligadas entre sí. Una parecía hablar en italiano y nadie se explicaba por qué, pero Segundus descubrió después que era una copia de una escultura de Miguel ángel. La estatua describía una iglesia totalmente distinta, una iglesia en la que negras sombras se recortaban con nitidez contra una luz brillante. Describía, pues, lo que la escultura original veía en Roma.
También había magníficas tallas de cien árboles ingleses: espino, roble, endrino, ajenjo, cereza, brionia. Segundus vio dos dragones, no mayores que su antebrazo, que, uno en pos de otro, se deslizaban entre las ramas, las hojas, las raíces y los zarcillos. Parecían moverse con tanta soltura como cualquier criatura, pero el sonido de sus músculos de piedra rechinando bajo una piel de piedra, rozando costillas de piedra y chocando contra un corazón de piedra, así como el de garras de piedra arañando ramas de piedra, era insoportable. Una pequeña nube de polvillo áspero, como el que suele acompañar al trabajo de un picapedrero, los rodeaba y se elevaba en el aire, y pensó que si el hechizo les permitía seguir moviéndose mucho tiempo, se desgastarían hasta quedar reducidos a obleas de piedra caliza. Las hojas y hierbas pétreas se estremecían y temblaban como movidas por la brisa, y algunas emulaban a sus equivalentes vegetales con tanta fidelidad que hasta crecían. Después, cuando se rompió el conjuro, se encontraron ramas de hiedra y escaramujo de piedra que trepaban por sillas, atriles y libros de rezos.
"Johnatan Strange y el señor Norrell" Susanna Clarke, 2004
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