Aquella noche la fosforescencia del mar era especialmente intensa. Bastaba con pasear la mano por el agua para producir una ancha cinta verdidorada a lo largo del mar, y al zambullirse la sensación era la de arrojarse en un helado horno de luz. Cuando salimos, el agua que nos chorreaba emitía un resplandor de fuego. Nos tumbamos a comer en la playa. Al descorchar el vino al final de la cena y como a una señal convenida, unas cuantas luciérnagas aparecieron sobre los olivos a nuestra espalda, como una especie de obertura al espectáculo.
Primero no fueron más que dos o tres puntitos verdes que flotaban blandamente entre los árboles, encendiéndose y apagándose con regularidad. Pero pronto surgieron más y más, hasta iluminar algunas partes del olivar con un extraño resplandor verdoso. Jamás habíamos visto tal cantidad de luciérnagas: enjambres enteros volaban sobre los árboles, trepaban por la hierba, los matorrales y los troncos de olivo, pasaban sobre nuestras cabezas y se posaban en las toallas como ascuas verdes. Nubes de luciérnagas salieron al mar revoloteando sobre las olea, y en ese preciso instante aparecieron los delfines nadando en fila india por la bahía, cimbreándose rítmicamente, con los lomos como pintados de fósforo.
En el centro de la cala se detuvieron a nadar en círculo, girando y sumergiéndose, saltando a veces en el aire para caer en medio de un estallido de luz. El cuadro de conjunto, con los insectos arriba y los delfines iluminados abajo, era extraordinario. Bajo la superficie se distinguía, incluso, el sendero de luz que dejaban los delfines al bucear zigzagueando por el fondo arenoso, y cuando saltaban en el aire despidiendo gotas de agua esmeralda, no sabíamos ya si lo que veíamos eran luciérnagas o fosforescencia.
Una hora duró el festival, pasada la cual las luciérnagas volvieron a tierra y se alejaron bordeando la costa. Entonces los delfines se alinearon y se pusieron rumbo al mar abierto, dejando tras de si un sendero llameante que luego de arder un momento se fue apagando lentamente.
"Mi Familia y otros animales" Trilogía de Corfú I. Gerald Durrell, 1956
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